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La tierra donde ha nacido uno, atrae. Es un hecho impepinable. Uno puede sentirse ciudadano del mundo, estar enamorado de los viajes pero cuando llega a casa, es realmente cuando se siente uno mismo. Y qué sería de los españoles sin los pueblos, sobre todo de los madrileños. La metrópolis les ha acogido con los brazos abiertos para hacer y deshacer profesionalmente pero en cuanto llega el fin de semana, los puentes de turno o las vacaciones de verano ninguno duda en ponerse en marcha hacia su pueblo. Hoy el GPS de El armario de Mamá busca las coordenadas en torno a una tierra cálida, llena de naturaleza, de gentes sencillas. Hoy nos vamos a La Mancha.
La tierra de los molinos tiene mucho más que ofrecernos que parajes de vides interminables, o más fotos que las de las conocidas Tablas de Daimiel. Lo mejor que tiene esta tierra de agricultores son sus gentes y tradiciones. El sentido común y su espontaneidad, son virtudes que definen a los manchegos. Viajamos hasta Villarrubia de los Ojos, pueblo por el que pasa el río Guadiana, o mejor dicho se oculta como si estuviera jugando al escondite. Aprovechen para visitarlo en esta época de primavera, y así podrán disfrutar de la plena belleza de Las Tablas. O bien en septiembre, con la recogida de la uva, cuando el sol ya no pica y las tardes se desvanecen en los portones de las casas hablando con los vecinos de toda la vida. Así es Villarrubia de los Ojos, un pueblo como los que retrata en sus películas el cineasta Almodóvar. Lo único que no se ven sus estupendas comidas y sus emblemáticos puntos de interés. No dejen de visitar el Santuario de la Virgen de la Sierra y la Parroquia de Ntra. Señora de la Asunción y la Ermita de San Cristóbal. Para acudir a esta última, conocida como “el balcón de la Mancha”, tendrán que estar en forma si es que quieren presenciar su romería. Desde allí podrán ver, en un día claro, hasta Despeñaperros.
Hay rutas y rutas, y ésta es una cuyo objetivo es descansar y disfrutar del paisaje, de la naturaleza y de las comidas. No les vamos a llevar de compras o a ver escaparates. Sino que les podemos alojar en cabañas en los árboles desde donde divisar todo el campo a tus pies, degustando un buen queso regado con un vino de la tierra. Les acompañamos a comprar dulces sin colorantes ni conservantes, de esos que podría hacer nuestra abuela en casa, con aceite exquisito y azúcar a porrón. Si son golosos no se marchen sin comprar las flores, las rosquillas, las galletas de huevo, los hornazos o los sequillos.
Precaución con el tiempo. Ni se les ocurra, si están en La Mancha en verano, salir a la hora de la siesta. Porque como ya les hemos dicho el sentido común aplastante de un manchego le diría “es la hora de la siesta” y la calor aprieta hasta bien entrada la tarde. Resguárdense en alguna de las casas, bien fresquita, de esas de cuyas puertas cuelgan cortinas “de pueblo” y en sus patios encuentras macetas de colores. Olvídense de que pasa el tiempo y descansen hasta casi entrada la tarde para volver a pasear por las calles empedradas y degustar una buena hogaza de pan con aceite, si es que aún le quedan fuerzas para seguir comiendo.
Un fin de semana en La Mancha le devolverá la paz; con ello logrará que su espíritu se revitalice y se tome la ciudad de otra manera. Y como en cada sitio haz lo que vieres, en cuanto pise el asfalto de la urbe no se deje impresionar, ármese de valor y avance. La vida es mucho más, sepa saborearla en cada momento como se merece. Si después del paréntesis echa en falta el silencio de Castilla, siempre puede colocarse el DVD de VOLVER para recuperar la esencia de esa tierra con nuestro manchego más internacional.
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